jueves, 3 de marzo de 2011

Los primeros pueblos de Tenochtitlan

Los primeros pueblos de Tenochtitlan



Los origenes de este asentamiento humano han de buscarse en un pasado lejano.
Quince o veinte mil años antes de nuestra era, hombres atraídos por los recursos de la laguna y sus contornos vivían en ese valle de la caza y la pesca. Sus puntas de flecha de pedernal se han encontrado junto a los esqueletos de los mamuts que en esa época habitaban la región. Estos grandes animales desaparecieron, pero venados, conejos, aves acuáticas y peces continuaron proporcionándoles abundante alimento. El maíz, el frijol, las calabazas, el tomate, el ají, las semillas oleaginosas, la salvia y el amaranto o arcediana empezaron a ser cultivados entre 4000 y 3000 A.C. Poco a poco, el valle fue llenándose de aldeas. Los indígenas, convertidos en agricultores sedentarios, modelaron la arcilla, fabricaron vasijas y figurillas de barro cocido y tejieron las fibras de pita o maguey. En Zacatenco, El Arbolillo, Copilco y Ticomán se desarrollan esas culturas campesinas "preclásicas" en torno a cultivos y graneros.
Las figurillas de cerámica, que representan personajes con turbante y adornados con jollas, u hombres enmascarados, tal vez chamanes, muestran que esa sociedad rural iba, en su evolución, diferenciándose y jerarquizándose. Las figurillas femeninas nos hablan de un culto a la fecundidad.
En este universo de aldeas, unos mil años antes de nuestra era se introdujeron los olmecas, venidos de las costas del golfo de México. Eran el primer pueblo civilizado de esta parte del mundo. Habían construido los primeros monumentos, como la pirámide de La Venta, esculpido los más antiguos bajorrelieves, exaltado a su máxima expresión el inigualado arte de la piedra cincelada e inventado  una escritura y un calendario. Su llegada a la meseta central no parece haber sido en forma de invasión. Algunos grupos olmecas coexistieron en un cierto número de localidades con los autóctonos, aportando su estilo, sus creencias religiosas y su concepción del centro ceremonial, núcleo de las futuras ciudades.
Los últimos siglos que preceden a nuestra era se caracterizan por el crecimiento de la población. Se pasa de la aldea a la pequeña ciudad. Las estructuras primitivas son sustituidas por una organización social más compleja, sin duda dominada por los sacerdortes. La pirámide de Cuicuilco, tronco de cono rematado por una plataforma en la que se alzaba un santuario, monumento a la vez religioso y funerario, sólo pudo ser erigida gracias al trabajo coordinado y prolongado de una población sometida a una rígida disciplina. Hacia el siglo IV A.C. los habitantes del valle edificaron este su más antiguo centro ceremonial, que refleja la influencia olmeca.
Cuicuilco fue sólo una primera tentativa, aniquilada a comienzos de nuestra era por un cataclismo volcánico. Pero una densa concentración de población hizo de Teotihuacan, al norte del Valle, la primera ciudad auténtica de México, una metrópoli religiosa y artística cuya influencia se propagó durante seis o siete siglos hacia el norte y el sur, hasta los lejanos mayas de Guatemala. 

La Pirámide del Sol, con sus 60 metros de altura, una base de 225 metros y cerca de un millón de metros cúbicos de adobe y piedras, sigue siendo uno de los monumentos más grandiosos de la Anitigüedad americana. Pero todavía más importante es la presencia de un plan urbanístico cuyo eje era el inmenso Miccaotli, la calle de los Muertos, bordeada de palacios y templos y que concluía en la Pirámide de la Luna. Teotihuacan, con sus majestuosos santuarios, palacios de muros cubiertos de frescos, grandes edificios de viviendas, esculturas, máscaras de piedra y sus maravillosos vasos pintados es el arquetipo de la gran ciudad autóctona, y en adelante, en medio de las tribulaciones y transtornos, los indígenas civilizados no dejarán nunca de referirse a ese modelo, convertido en mítico y casi divino.


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